poemas de amor Crazzy Writer's notebook: The girl [De paseo por el centro, part 18]

12/9/13

The girl [De paseo por el centro, part 18]

Llevábamos recorrido un trecho del camino turístico que había planeado como punto y final a mi visita a Madrid. Aquel fin de semana había sido sin dudar el mejor desde hacía mucho, mucho tiempo. Claro que todavía quedaba una larga subida antes de llegar a las vacaciones de verano pero en este momento prefería mantener la cabeza en el momento presente y disfrutarlo. Después de dejar atrás la puerta del Sol, con los testimonios fotográficos del Kilómetro cero, el símbolo de la ciudad, el oso y el madroño, y algunas estatuas conmemorativas, a parte del lugar en sí, nos encaminamos hacia otro de los monumentos. La fuente de la Cibeles, lugar en el que acaban todas las celebraciones futbolísticas posibles. No tardé en desenfundar su cámara y dejar la prueba de que yo también estuve allí pero él todavía guardaba una pequeña sorpresa en aquel lugar.
-En el ayuntamiento tienen un mirador a través del cual se puede apreciar la inmensidad de la ciudad-. Sugirió. –Seguro que puedes sacar buenas fotos-.
-Tengo curiosidad por ver esa imagen-. Mis ojos se centraron en el ayuntamiento que quedaba de frente a la fuente y nos encaminamos a buen paso hacia sus gigantescas puertas.
Cuando salimos al mirador una suave brisa nos azotó en el rostro. Había bastante gente, en su mayoría extranjeros, que también buscaban llevarse un buen recuerdo de la capital.
-Vaya… es impresionante-. Exclamé aproximándome a la baranda, mientras le arrastraba a mi lado.
-Sí, la verdad es que sí. Es uno de los lugares más bonitos para contemplar la ciudad. Pero a mi hay otro que me gusta un poco más que este-. Entonces señaló un edificio que asomaba por encima del resto. Dos torres estrechas unidas en el techo creando la ilusión de ser el rostro de una persona. –O también debe haber una vista bastante curiosa desde allí-. Guio mi cuerpo hasta situarlo en línea con la vista parcial de una de las torres inclinadas que se asomaba con timidez.
Ambos nos quedamos en silencio contemplando la vida de la ciudad. Los coches, los taxis, los autobuses, las personas convertidas en hormigas pequeñas. Una última vista antes de regresar a la calle de nuevo. Y una foto de ambos con la ciudad de fondo.
Después del ayuntamiento, la siguiente parada estaba prevista en el parque del retiro, pasando frente a la puerta de Alcalá. A medida que avanzábamos calle arriba empezamos a sentir los ojos vigilantes de aquella inmensa construcción. Era imponente pasar a su lado. Tras una breve parada para una pequeña historia y unas fotos reanudábamos el camino para adentrarnos en los parajes del Retiro.
-Bienvenida al pulmón de Madrid-. Comentó mientras me tomaba de la mano. Miraba a los alrededores hasta que finalmente nuestras miradas se cruzaron.
-Me recuerda un poco al campo grande de Valladolid. Aunque no sé si allí los árboles son tan grandes-. ME arrimé un poco más a él.
-Bueno… tenemos un estanque con barcas… ¿quieres subir a una?-. Señaló el estanque que comenzaba a vislumbrarse en la distancia. Allí podían verse numerosas barcas de remos navegando erráticamente, cruzando aquellas aguas verdosas. –Pero eso si… no te caigas al agua-. Reí al ver su expresión.
-Lo siento mucho Arturo, pero yo y los transportes acuáticos no nos llevamos, otra cosa podría aceptarla sin problemas. Barcas… no, gracias-. Después de sacar algunas fotos de las barcas y de las estatuas que había al otro lado del estanque tiré de él con suavidad para alejarnos del estanque.
-Bueno… podemos adentrarnos un poco en los caminos que cruzan el parque, y experimentar un poco de naturaleza-. Dijo con cierta sugerencia. Miré hacia uno de los senderos laterales. Los centenarios árboles se retorcían por encima de nosotros tras sus cercas de arbustos. El manto de césped verde que los rodeaba resultaba increíblemente tentador. Parecía invitarte a descansar junto a los troncos. Volvimos a cruzar miradas cómplices y nos adentramos lentamente en una de aquellas sendas que iban adentrándonos en una privacidad extraña. Caminamos alejándonos de las vías más transitadas. Nos retiramos a una pequeña parcela de césped verde y fresco. Nos tumbamos a recuperar el aliento y recobrarnos un poco del calor que empezaba a apretar desde el cielo azul celeste.   
Aguardamos en mutua compañía, escuchando los sonidos que nos rodeaban de forma esporádica, aunque yo estaba más concentrada en sentir cómo su mano paseaba lentamente por mi rostro. Apartando lentamente algunos mechones que la cubrían y proseguía con el paseo.
-Asique esto era la otra opción diferente al paseo… ¿eh?-. Susurré de pronto.
-Si… mucho me temo que sí. ¿Esperabas otra cosa?-. Preguntó con un fuerte atisbo de duda.
-Bueno… contigo es difícil esperarse algo concreto…-. Reí entre dientes. Me fui acurrucando sobre su pecho. –Siempre consigues venir por el ángulo muerto, y eso es una cosa que en un chico es poco corriente. Y me gusta eso… y por ese motivo no te voy a contestar-. Asomé la lengua en un gesto infantil.
Su expresión me resultó irresistible. Mis reflejos hicieron acto de presencia logrando sellar nuestros labios antes de que volviese a subir la guardia. Mientras ejercía una ligera presión sobre sus labios su mano se enredó sobre mi pelo y tiró de mi cuerpo hasta dejarlo sobre el suyo. Sus caricias me deshacían en un placentero mar de sensaciones, pero aquello Arturo ya parecía saberlo. Su sonrisa lo confirmaba. Aguardamos unos minutos más así.
-Sabes, Arturo que cuando te levantes estarás verde, ¿verdad?-. Comenté mientras me incorporaba y le tendía el brazo para ayudarle a incorporarse.
-Por desgracia… pero ya sabes… todo tiene un precio-. Respondió mientras comprobaba, con alegría, que aquellas manchas de las que hablábamos no habían impregnado sus pantalones vaqueros. –Pero… no siempre es un alto precio-. Le palmeé en el culo.
-¿Cuál es nuestra siguiente parada, Virgilio?-. Sonreí con inocencia.
-Pues vamos a pasar por la única representación del diablo de Madrid-. Dijo con una voz fúnebre y grave. –Asique seguidme de cerca y no os perderéis en estos caminos malditos-. Antes de que diese un paso crucé mis brazos por su abdomen y lo apresé con el resto de mi cuerpo.
-De acuerdo-. Le besé la nuca y deshice la presión para continuar por las sendas hacia la estatua del ángel caído, situado en una de las avenidas del parque y muy próximos a la famosa cuesta Moyano.
Caminamos un poco desorientados pero finalmente dimos con aquella fuente. En un cruce de dos avenidas principales del parque, tal y como había predicho. Brillando bajo el sol estaba la piedra negra tallada con la figura retorcida de Lucifer. Resultaba demasiado siniestro y atractivo al mismo tiempo, además el resto de la fuente estaba custodiada por horribles rostros que trataban de ahuyentar a las almas errantes de los viandantes. Nos detuvimos un poco contemplándola y proseguimos hacia el fin de aquel tour por el centro de Madrid.
-Bueno, ya solo nos queda ver “la cuesta de los libros”. Aquí siempre puedes encontrar alguna pequeña joya y no suelen ser libros demasiado caros-. Caminábamos con paso muy lento mientras nos fijábamos en cada uno de los puestos a la caza de algo que llamara nuestra atención pero a esa hora ya casi no quedaba nada curioso.
-En ese caso… miremos, todavía es algo pronto para volver-. Sonrió. Mientras se acercaba a uno de los puestos donde había varios comics y comenzaba a mirar algunos de ellos. Yo mientras me perdí varios puestos más abajo en busca de un detallito.
Después de un largo rato perdida entre los libros de aquellos puestecitos sus brazos me sorprendieron en un delicado abrazo.

-¿Que tal van las compras?-. susurro en mi oído. -¿Alguna cosilla interesante?-
-Si-. Y le mostré un par de libros que había adquirido tras un rápido paseo por todo los puestos. -Muchas gracias por este paseo. Me lo he pasado muy bien-. Sus ojos marrones me contemplaron sonrientes.
-Bueno, qué te apetece comer… como los presos… eliges la última comida-. Me quedé un poco pensativa, la verdad no había pensado en nada.
-Me dejare sorprender, eres un buen cocinero asique prepares lo que prepares seguro que me gustará-. Le devolví la sonrisa.
-Entones… partamos hacia casa. No me gustaría que perdieses el bus y te quedases aquí… ¿o tal vez si?-. Dijo en con un aire juguetón en su voz mientras nos encaminábamos hacia la estación de metro de Atocha.

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