Amanecí lentamente sintiendo la calidez de su cuerpo sobre
el mio. La luz se filtraba con delicadeza a través de las minúsculas rendijas
que quedaban entre las lamas de la persiana. Un ligero cosquilleo se apreciaba
sobre mi cuello de forma rítmica producido por su respiración, tranquila y
calmada. Aquella sensación logró erizar cada palmo de mi piel, pero era muy
agradable. Elisa me mantenía preso abrazándome cariñosamente con todo su cuerpo
que se marcaba con sutilidad sobre el perfil del mio. Una curvatura comprensiva
apareció en mi rostro cuando recordé mi sensación al despertarme aquella
veraniega mañana en las camas del circuito, envuelto en aquella soledad y en la
incertidumbre de si aquella noche había sido real o una ficción muy lograda de
mi mente. Volteé con suavidad la cabeza, no quería que se despertara. Estaba
preciosa, durmiendo con aquel rostro de inocencia y apacibilidad llenándole el
rostro. Pasé el dorso de mi mano por su pómulo sintiendo aquel tacto suave y
cómo se estremecía a su paso, viendo cómo se curvaban sus labios ante aquella
caricia. Me quedé en silencio velando su sueño. Disfrutando de su compañía.
Escuchando los sonidos que comenzaban a envolvernos al otro lado de las paredes
del edificio.
Estaba sumido en un mar de pensamientos, lejos de aquella
habitación, trazando algún plan con el que sorprenderla una vez más, ayer el
paseo salió mucho mejor de lo que en un principio había pensado pero hoy no
sabía que hacer. Entonces un pequeño roce sobre mi nariz me sacó de aquellas
ideas.
-Buenos días, Arturo.- Dijo el susurro al otro lado. –¿Has
dormido bien? Porque yo… sí-. Sonrió desperezándose con lentitud, deshaciendo
cada nudo que había atado sobre mi cuerpo.
-He dormido apresado-. Esbocé una sonrisa malvada. –Pero no
importa porque la carcelera ha sido muy agradable conmigo, y por ese motivo la
voy a preguntar lo que quiere para desayunar. Y si quiere hacerlo en la cama-.
Mantuve el contacto visual con aquellos ojos morrones caramelo guardando en
silenció a la espera de que ella terminase de estirarse.
-¡Oh!, qué detalle… pero quién es, quién osó a mantenerte preso en esta cálida noche-. Preguntó con curiosidad. No pude evitar ampliar mi sonrisa ante su despliegue de curiosa inocencia.
-¿Qué te apetece desayunar?-. Susurré con lentitud disfrutando
cada palabra. –Y prefieres el desayuno en la cama, o en la cocina…-. Al
terminar sus ojos se abrieron como platos, aunque no reprimió una sonrisa llena
de picardía y algo de travesura.
Me levanté lentamente de la cama y puse dirección a la
cocina, deteniendo mi caminar al llegar al vano de la puerta, dónde la dirigí
otra mirada, deleitándome enormemente con aquella estampa. Elisa recostada, con
el pelo alborotado y envuelta ligeramente entre las sabanas revueltas,
iluminada fugazmente por aquellos intrusos rayos, y con una expresión de lo más
atractiva.
-¿Me echas una mano en la cocina, Eli?-. Ella me devolvía la
mirada sorprendía. Parecía que no daba crédito a mis palabras.
-Si. Si, encantada-. Se levantó de la cama y me abrazó con
ternura. –Creí que lo decías en broma. Nunca me habían hecho el desayuno…-
Sonrió. –Bueno, un chico nunca me ha hecho nunca un desayuno… porque mi madre
solía hacérmelo cuando era más jovencita…- Su risa inundó la habitación.
–Aunque antes… ¿podría darme una ducha rápida?-.
-Por supuesto- Hice un ademán de invitación con las manos
señalando la dirección del baño. Relajando mis facciones en una ligera sonrisa.
-Eres un cielo-. Incrementó la presión de sus abrazos,
sumiéndome en una cálida y agradable sensación. –Bueno voy a coger la ropa y a
apresurarme para ayudarte con el desayuno-. Volvió a iluminarme con aquella
sonrisa, antes de coger algo de ropa de su maleta y desaparecer por el pasillo.
-¿Te gustaría acompañarme?- Entonces su risa reverberó por el pasillo, repleta
de picara inocencia. Aquello me dejó un poco noqueado, ¿Iría en serio?
-Es una oferta muy tentadora pero me temo que tendré que…
rechazar-. Respondí al pasillo vacío. Dejando escapar una pequeña carcajada.
Aunque sin saber muy bien su motivo.
Miré a la habitación. No eran más de las diez, según el
despertador pero la cama que no estaba demasiado deshecha reclamó mayor
atención que los números del reloj. No tardé más de cinco minutos en arreglarla
y recoger un poco el resto de la habitación. Me fui quitando el pijama y
entonces me fijé en una ligera prueba que dejaba constancia de una larga noche
de fuerte excitación, seguramente producida por algún sueño extraño que ahora
mismo era incapaz de recordar. Sentí un rubor en mi cara. “Vaya… te lo has
pasado bien, ¿eh?” sonó el eco en mi cabeza. Me cambié apresuradamente y no
tardé en dejar la habitación para hundirme en los fogones. Aunque no cocinaba
con frecuencia.
Empecé a preparar la base para las tortitas. No había
terminado de coger los ingredientes de la cocina cuando una voz atravesó las
paredes en tono de alarma y sorpresa.
-¡Oh, horror!- Aquella exclamación surgió del baño.
-Qué sucede, Elisa-. Dejé las cosas en la encimera y asomé
la cabeza al pasillo.
-Con las prisas no me fijé en si había toalla. Y… no hay-
Esbozó una risita.-Podrías acercarme una, por favor-.
Mi respuesta fue rauda, fui al tendedero y cogí un par de
toallas, y me aproximé hasta la puerta del baño. Inspiré y abrí una rendija lo
suficientemente grande como para pasar mi mano con ambas toallas. Escuche su
risa al otro lado de la puerta. Entonces se abrió de forma repentina dejando
ver la estancia y aquello que había dentro. Aquello me pilló demasiado a
contrapié consiguiendo un color muy rosado en las mejillas.
-Oh, qué ricura-. Me acarició el pómulo percibiendo aquella
calidez y el tacto de su húmeda piel. –¿Acaso soy la primera chica que ves…
desnuda?-. Sonrió con unos matices picaros asomando discretamente.
-Eh… eh… esto… no-. Negué con la cabeza tratando de
recomponerme de la sorpresa. –Pero es una situación… un poco… … violenta-.
Retiré la mirada poco a poco. –Y más a traición-. Mostré una mueca picara,
mirándola por encima de la montura de las gafas.
-Mensaje captado…-. Se cubrió con lentitud contoneando
ligeramente las caderas.- La próxima vez lo haré más despacito. Recortó
distancias y asomó la cabeza al pasillo, inspirando varias veces. – Oh… huele
muy bien, me seco y voy a ayudarte en la cocina, ¿vale?-. Me dio un pequeño
beso en la mejilla y cerró la puerta con cuidado.
Me quedé un momento parado frente a la puerta cerrada antes
de recobrar el control y regresar a los fogones, no sin notar una ligera
tirantez en el pantalón. “Primera chica o no…, no era algo que uno viese con
frecuencia”. Aquel pensamiento me arrancó una sonrisa. Comencé a batir los
huevos mientras iba mezclando cada ingrediente. Poco después la figura de Elisa
de colaba sigilosa en la cocina.
-Tienen una pinta excelente-. Dijo mirando por encima de mi
hombro como aquella masa amarilla iba cogiendo un tono dorado. -¿Sabes? Has
marcado un pleno, con las tortitas. Me encantan. ¿Puedo ir haciendo algo?-. Su
voz dejaba un matiz de deseo por empezar a maniobrar en la cocina.
-Puedes hacer un poco de zumo, si quieres. Hay naranjas en
la nevera y el exprimidor esta en ese cajón-. Señale con el dedo un conjunto de
cajones.
-Vale-. Dijo con alegría y se puso manos a la obra. Después
de un agradable rato en la concina, llevamos todo a la mesa y disfrutamos de
aquel enorme desayuno.
-Mmmmm, oh, qué bueno-. Su expresión de deleite era más que
suficiente. –Eres un cocinero de primera… seguro que a mi madre le caes
genial-. Al oír aquello último abrí los ojos como platos.
-Vaya, me alagas pero yo solo soy el cocinero de
emergencia-. Reí quitándome el mérito. –Yo sólo cocina de subsistencia. Y
cambiando de tema, ¿qué te apetecería hacer hoy?-. Las miradas se cruzaron y
permanecieron un rato en silencio.
-Pues, no se. Podemos dar un paseo hasta la hora de comer,
así me enseñas otra porción de ciudad. Y por la tarde podríamos ver una peli en
casa… tumbados en el sillón. ¿Te parece?-. Continuó degustando aquella pequeña
pila de tortitas bañadas en chocolate.
-Me parece genial, podríamos ir de tiendas-. Sus ojos se
iluminaron. Una luz de grata sorpresa los tomáron lentamente.
-No, no, no soy gay-. La risa se había apoderado de mí,
enteramente suyo, aquella reacción no me la esperaba, aunque no era la primera
que lo pensaba. –Sé que soy raro… pero jo…-. Un reproche simpático adornaba
aquella frase.
Las risas llenaron la cocina.
-Bueno,
como has podido observar… no soy mucho de seguir la moda… ni de compras-.
Señaló su atuendo.-…pero bueno si te hace ilusión llevarme de tiendas… entonces
vayamos de tiendas-. Acarició mi mano que reposaba en el centro de la mesa. Las
miradas volvieron a cruzarse.
-Yo
no he dicho que sean de ropa… ¿verdad?- Dije mirando por encima de las gafas.
–Hay muchas tiendas y de muchas cosas… aunque bueno puede que visitemos
alguna-. La regalé otra de mis enigmáticas sonrisas.- Pero antes… recojamos el
banquete-. Besé el dorso de la mano y después empezamos a recoger.
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