El sol ya había desaparecido cuando salía de la facultad. El
último examen, al fin. Después de largos días encerrado entre los muros de
aquel edificio se hacia agradable sentir el gélido tacto del aire sobre la
cara. Una fina llovizna bañaba las calles y contra ella un paraguas hacia mas
bien el efecto contrario al que estaba destinado. Caminaba a paso ligero hacia
la parada de metro.
A medida que descendía por la escalinata se hacia más
perceptible el calor que manaba de los motores de aquellos enormes gusanos
subterráneos. Llevaba casi cuatro años viviendo en Madrid y sin embargo nunca
dejaría de sorprenderme todo aquel entramado de túneles que se extendía como un
mundo paralelo. Recorrí el estrecho andén lentamente siguiendo el ritmo que
manaba tímidamente de mis cascos. Esperando, como tantos otros estudiantes. Un
panel luminoso no muy alejado anunciaba que faltaban tres minutos para la
llegada del próximo tren. Había tenido suerte.
En mi cabeza, las ideas se agolpaban en la linde de los
pensamientos inconscientes, como todos aquellos estudiantes. A menudo durante
los trayectos muchas veces dedicaba tiempo a pensar en esas asociaciones que mi
torturada mente generaba. Y durante los últimos días, a parte de los exámenes,
otras cosas rondaban mi cabeza pero tenían un denominador común. El mismo
nombre: Alicia.
Un traqueteo metálico en la lejanía se aproximó con velocidad
cortando mis pensamientos. El tren había efectuado la entrada en la estación, y
a través de los cristales no era complicado deducir que tocaría ir de pies.
Acoplado como buenamente me dejaron. Un silbato de sonido metálico advirtió del
cierre de puertas y poco después abandonamos la estación con un suave zumbido.
El chirriar de las ruedas y el esporádico “clacleo” de las soldaduras no
hicieron mas que inducirme lentamente en el trance mientras miraba perdidamente
un punto del angosto vagón.
Yo compartía piso con Alicia pero nos conocimos hace un par de
años, por casualidad. Ciertamente no me sorprendió cuando me dijo que se pagaba
los estudios trabajando como modelo. Ella era una chica de una belleza
impresionante. Su pelo anaranjado contrastaba mucho con sus ojos grises azulados
y su piel morena. Aquella combinación conseguía que cualquier chico cayese
presa de sus encantos. Pero aquella mirada intensa ahora estaba apagada y
triste. Y eso me preocupaba. Aunque lo que más miedo me daba era aquella
actitud tan cariñosa con la que me trataba, y al sumar que dormía conmigo hacia
saltar todas las alarmas. Surgían preguntas. Te abordaban, más bien. Por qué
yo. ¿Sería por desesperación? Y otras paranoias semejantes.
Pensando, casi me pasé la parada pero tuve buenos reflejos y
conseguí salir del vagón a tiempo. Caminando de nuevo regresé a la fría superficie.
Todavía quedaba un pequeño trecho antes de llegar al portal. Caminaba solo, no
había nadie más por la calle. Casi escuchaba el eco de las finas gotas en el
suelo. Entonces lo vi. Blanco y afilado. Iluminado bajo la luz anaranjada de
una farola alejada. Voló mi imaginación rauda por los recuerdos. La asociación
fue inmediata.
“Gracias
por esta noche tan especial. Ha sido maravillosa Bss. Elisa ”
Boquiabierto me acerqué lentamente. ¿Sería verdad? Después de
buscarla durante el verano. Pero entonces me fijé en la matrícula y no
coincidía con aquel coche que estuve persiguiendo aquella noche. Pero aquel
recuerdo no se desvaneció, sino que permaneció hasta que caí profundamente dormido
aquella noche.
La entrada en escena de Alicia me tiene desconcertada. Puede ser importante en el desarrollo de los hechos pero la verdad es que con el anterior capítulo pensé que sería su novia, ahora resulta ser una relación bastante extraña que va a confundir bastante más los pensamientos de él. Todavía queda mucha tela que cortar en esta historia, cada vez se abren más puertas lo que lo hace aun más interesante y confuso a la vez.
ResponderEliminarEspero leer la continuación pronto ;)