Sentado junto a mí, en un oportuno sitio que quedó libre, se
mantuvo en silencio mirando el escenario. Yo… algo en él me reclamaba desde las
sombras. Preguntas. Lo miraba de reojo a través de la cortina creada con mi
propio pelo. Algo en él me resultaba conocido pero no sabría decir el qué. El
tintineo de una taza me sobresaltó. Alce la mirada. Mi té humeante aguardaba.
Saldé la deuda y volví a mi armazón de preguntas. Entonces me fijé en la pequeña
sonrisa que ahora adornaba su cara. A raíz de una tontería, algo como una
sonrisa, empezamos una conversación de lo más singular.
Mientras hablamos empecé a sentír como el magnetismo de
aquellos ojos claros y esas sonrisas, a caballo entre picaras y sinceras, me
acercaban más y más a él. Nuestras manos se alcanzaron sobre su pierna. Pensaba,
en lo dispares que éramos. Él, vestido tan elegante con aquella ropa de marca
cara. Y yo, tan tracillas con unos pantalones de chándal y una sudadera. Pero
parecía no importarle, comenzó a acariciarme el brazo mientras seguía hablando
con total normalidad, pero a mi se me aceleraba el pulso. Nos mirábamos
fijamente. El magnetismo crecía y sin quererlo cada vez estaba más cerca.
Pegados. De pronto su mano salto de mi brazo a mi pierna. Estaba tanteando la
reacción. Y no debí reaccionar mal porque se acercó a mí y me susurró al oído.
El sonido de su voz era más deseable, casi irresistible. Sin saber por qué
aproveché su posición para besar su cuello. Sentí su reacción. Acababa de pasar
el punto de no retorno y hacía tiempo que no lo cruzadaba. Él también se defendió
marcando con los labios el lóbulo de mi oreja y de esa forma cerró
satisfactoriamente la respuesta de su petición susurrada. Nos levantamos y
desaparecimos discretamente.
En aquel cubículo penumbroso y retirado, donde el sonido era tan solo
una ilusión. Me dejó suavemente contra la pared. Nos miramos de nuevo y nos
besamos. Los ojos cerrados. Aquella sensación que creí extraviada en el tiempo, volvió a resurgir como
la luz de una bengala en una oscura noche. Sus labios conservaban el
sabor a vodka. Sus
manos en mi cintura. La excitación nos envolvía. Podía desgarrarse. Comencé a
desabrochar su camisa dejando su torso duro al descubierto. Sus dedos treparon
hasta mi pecho y allí con gran facilidad desabrocharon el sujetador. Sus manos
frías cubrieron mis pechos. Los acariciaba pasando la yema de sus dedos. Recorrida de arriba abajo por un escalofrío.
Percibí la curvatura de sus labios. Mi pulso fue subiendo el nivel de serotonina. Una de sus manos descendió
serpenteante por mi espalda con un leve cosquilleo volviendo a la cintura. Se
hundió a través del pantalón y comenzó a pasear su mano con la suavidad de los
pétalos de rosa. Aquel cosquilleo agitó mi respiración. Ahora él había
descendido en una hilera de besos hasta mi cuello. Mis labios en su oreja
habían transformado aquellas respiraciones en leves jadeos ahogados. Mis manos
habían topado con su punto débil y lo explotaban con dulzura y deseo. Intenté resistir pero
aquellas caricias lograron traspasar mi última defensa y entonces escuche mi voz.
-Sigue Arturo, no pares...-. Vi explotar la burbuja que yo misma había
creado.
Abrí
los ojos y me fije en el chico que ahora estaba pegado a la otra pared del cubiculo. Su pecho completamente tatuado.
Su pelo oscuro y revuelto. Y aquellos ojos claros que me atravesaban impasibles.
Nada que ver con la mirada de hacia tres minutos. Irradiaban enfado, furia.
-<¡DIMITRI!
Te lo he dicho seis...>- Trataba de mantener la calma, pero algo dentro de él
se estaba despertando. -<Oh!, ya entiendo>-. Empezó a reír.
-<¿Pensabas
que sería tu consolador…?>- aquella sonrisa desapareció con la misma velocidad con la que llegó. Su expresión regresó a la frialdad inicial. -<Estás muy equivocada. Yo no soy el segundo plato de
nadie y menos la fantasía de alguien como tú.>- Su voz era apenas un
susurro, pero fue suficiente para congelarme la sangre.
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