-¿Eli?-
escuche una voz que se adentraba lentamente. - Eli, ¿estas bien?-.
Era
Mónica, la batería del grupo. Su voz mostraba preocupación, lo que hacia
preguntarme durante cuanto tiempo había desaparecido de escena. Volví a mirarme
al espejo y limpié los salinos regueros de mis lágrimas. Esto no había ocurrido
de puertas a fuera, asique ahora tocaba aparentar la mayor normalidad posible. Salí por la pequeña puerta de madera oscura.
Al otro lado, a punto de entrar en el lavado de señoras la desdibujada sombra
de Mónica me miraba con cierta sorpresa.
-Había
demasiada cola para ese, asique…- ella me lanzó una mirada que me trajo
ciertas dudas. ¿Habría reparado en aquel chico sentado a mi lado? ¿Sería algo
del lenguaje corporal lo que la hacia sospechar algo?
-No
queda lejos, decidme que cojo-. Caminamos hacia el escenario donde la mayoría
del equipo estaba ya recogido.
La lluvia había vuelto a caer con fuerza. Las luces se reflejaban sobre el pavimento mojado otorgando a aquella noche otro matiz de
irrealidad. La conversación parecía sortearme, como si un escudo impidiese
enviar o recibir información. Para mí todo se limitaba a al tráfico, las luces
y la lluvia. Fue un trayecto eterno.
Tras
una hora de fluir lentamente por las calles londinenses logramos aparcar en el
garaje. Subimos dejando el equipo camuflado en la furgoneta, al fin de cuentas
bajaríamos en unas horas para comenzar el viaje de regreso. En la puerta de la
habitación nos despedimos. Ellos pasarían las últimas horas en aquella tierra
jugando, como cada noche, a juegos en los que se iba perdiendo ropa de forma
misteriosa. Yo por mi parte prefería
quedarme a solas. Entré en la habitación. Caminaba en la penumbra, dejando un
reguero de ropa desde la entrada hasta el baño. Los playeros… una sudadera
morada… una camiseta blanca… los pantalones, que fueron sucumbiendo lentamente a
medida que el marco de la puerta se aproximaba en la oscuridad. Ahora era lo
que necesitaba. Oscuridad.
Tomé prestadas unas velas que Sara empleaba para
hacer ejercicios de relajación antes de salir a un nuevo concierto. Las coloqué
en los bordes de la bañera y di vida a las bailarinas que escondían. Mientras
el agua caía, el sujetador también padeció los efectos de la gravedad cayendo a
mis pies donde no tardaron en seguirle los pantis. Las garras de aquella fría
atmosfera no tardaron mucho en rodearme. Tenía la sensación de que mi cuerpo
ardía pasto de unas llamas irreales. Me adentre en la bañera lentamente.
Contuve la respiración y aguante el helado tacto del agua humeante. Me cubrió
dándome la sensación de flotar. Poco después cerré los ojos y dejé que el aroma
de canela llenase mis pulmones con largas inspiraciones. Al otro lado podía
escuchar a los chicos riéndose. Un par de noches me anime a jugar con ellos, y
desde luego lo pase bien. Sentí una pequeña sonrisa escapándose de mis labios.
El calor y el olor de aquella cera derretida, junto a la oscuridad y las llamas
bailarinas fueron sumiéndome en un estado extraño de relax. Concentrada en el
flotar de mi cuerpo, abrazado por el calor de aquel líquido, sentí como aquella
tensión que todavía poseía cada musculo de mi cuerpo desaparecía lentamente. Pasaron
los minutos, el tiempo volaba demasiado deprisa, y el agua se quedó demasiado fría.
Salí de la bañera recogiendo las prendas que habían quedado por el camino.
Busqué en la maleta y me puse el pijama. Solo el tacto del algodón sobre mi
piel. Recogí la maleta y el resto de cosas antes de meterme en la cama y
quedarme mirando el oscuro techo de la habitación. No sabias cuanto valor tiene
algo hasta que lo pierdes. Un sentimiento de añoranza se apodero de mí. Suspire
rompiendo el silencio. Entonces desde el fondo de mi memoria surgió una figura de mirada inocente y sonrisa traviesa, apoyado sobre su saxo. Me veló hasta caer en manos de Morfeo.
Parte 7
Parte 7